LA FILOSOFIA


PRIMERA UNIDAD TEMATICA: LA FILOSOFIA
LOGROS
1.       Comprende mediante ejemplos que la filosofía es una actividad común y necesaria que se aprende básicamente poniéndola en práctica.
2.       Comprende la naturaleza y utilidad de la filosofía mediante la indagación por su sentido, su hacer y su lenguaje.
3.       Identifica y trata de aplicar cada uno de los métodos y  herramientas de reflexión más comunes en la práctica de la filosofía.
4.       Comprende la importancia de la lógica y la aplica en la elaboración de sus escritos y sus razonamientos diarios.

TEMAS
Subtemas: Importancia de la filosofía ¿Qué es?, como se originó,  como se hace filosofía?,  ¿Cuál es su valor?, ¿Cuál es su reto?, la dificultad de su lenguaje, ¿Por qué es así?, ¿Por qué se hace filosofía? ¿Cómo se hace filosofía?, ¿Qué métodos se emplean para hacer filosofía?, ¿Cuál es el proceso para hacer filosofía, ¿Cómo se estudia y se lee filosofía?

Subtemas: La inspiración filosófica, El materialismo común, El "culturalismo", o relativismo postmoderno, Vida humana y cultura, Ciencia y Filosofía, Esbozo histórico de la filosofía, Apéndice Grados del saber. Las ramas de la filosofía, Prioridad de la teoría, La lógica del discurso humano, Lógica del juicio o proposición, Verdad y certeza, Ilustraciones de diversos autores.

3.       LOGICA
Subtemas: La lógica formal o dialéctica, Lógica Aristotélica.

4.        AYUDAS ACOMPLEMENTARIAS
Subtemas: El  pensamiento crítico,  resumen.

ACTIVIDADES
1. Preparar una exposición en la que se muestre a los estudiantes la importancia de la filosofía. Se sugiere apoyarla con los contenidos del tema 1.introdcucción a la filosofía que es el tema que presento más abajo y que está también en el (DVD). Responsable el docente.
2. Distribuir  el grupo de trabajo (todo el grado) en  diez subgrupos que lean, interpreten y luego expongan a sus compañeros  como se hace filosofía. El docente distribuye los grupos y les  asigna uno de los temas preparados y propuestos en la segunda parte del tema de la introducción a la filosofía (DVD o blog.)
3. Realizar un foro con el tema de los métodos y otro con el tema en búsqueda de la sabiduría.
4. Preparar una exposición con los temas de la lógica. Responsable el docente.
RECURSOS DIDACTICOS
1.       El DVD.
2.       O haciendo clic en los números que ves a continuación
1  Responde la pregunta ¿Qué es filosofía? Y contiene otras reflexiones en torno a los términos filosofía y educación. Es un artículo virtual de la fundación Textos de la fundación Gustavo Bueno.
2. Es una monografía de salvador krsnaly Romero Ayala en la que trata de responder al interrogante ¿qué es filosofía?
3.  Es un video sobre la explicación del mito de la caverna
4.  El mito de la caverna y la sociedad moderna.
5. Es un blog que contiene noticias bibliográficas de filosofía y artículos muy buenos sobre la misma. El lector puede mirar las etiquetas y seleccionar el tema que desee. Virtual es mejor.
6. juegos de lógica para que el estudiante se sienta atraído hacia las clases de lógica. Virtual es mejor.
7. aquí puede encontrar y ejecutar más de 2500 juegos que fomentan la inteligencia y el conocimiento. Virtual es mejor.
8. Ejercicios diversos: sudoku, crucigramas filosóficos, sopa de letras filosófica, ejercicios tipo test, reconstruir  frases, completar el texto añadiendo palabras, resúmenes, análisis y comentarios, modelos de examen. Ya virtual es mejor.
COMPETENCIAS
Interpretativa: Asimila el conocimiento adquirido en las exposiciones y en los trabajos de introducción a la filosofía.
Propositiva: Participa activamente en el foro y hace sus propuestas.
Argumentativa: demuestra con argumentos que ha asimilado el tema de la  lógica.
EVALUACIÓN
Participar activamente en clase, en el foro y desarrollar la evaluación final que hay en el tema de introducción a la filosofía y las dos  evaluaciones sobre el tema de la lógica y las ramas de la filosofía y los cinco talleres propuestos. Ve los videos sobre el mito de la caverna y los comenta (cfr. recursos 3 y 4). Realiza algunos de los ejercicios de sudoku.

veamos algo sobre el primer tema.

Desde niños conocemos la soledad y el silencio. Y desde siempre estamos allí pensando: en temas triviales, en asuntos muy importantes, en problemas urgentes o en cosas que nos parecen eternas e infinitas. Nunca se detiene esta acción nuestra de pensar. Entre todo eso que pensamos, ¿hay algo que nosotros consideramos valioso? ¿Hay algo de lo que pensamos que merezca la pena que otros hagan silencio para escucharnos? ¿Hay algún pensamiento nuestro, algo que hemos visto, sentido o pensado que debemos compartir con otros? Y no se trata aquí del mero asunto externo de hacernos los importantes por decir algo decisivo, sino de que en toda la experiencia de nuestra vida haya algo para decir, algo que, de todo lo que nos pasa, nos parezca que podría alterar la comprensión que los demás tienen de su vida.
Hagamos un ejercicio imaginativo para entender de qué estamos hablando aquí. Supongamos que unos extraterrestres logran comunicarse contigo telepáticamente y te dicen: "Durante millones de años hemos intentado comunicarnos con otra mente, pero sólo hemos podido hacer contacto contigo en todo el universo, y estamos muy interesados en que tú nos digas quién eres, cómo son los seres de tu especie, cómo es tu cultura, qué te gusta ver y hacer con tu tiempo, por qué te gusta vivir, cuáles son tus costumbres, por qué te alegras, qué te da ira, ternura, miedo, qué es lo que más te gusta de tu vida".
Al intentar contestarles a ellos tendrías que callarte nuevamente, tendrías que dejar que, en medio de un silencio interior, se manifieste plenamente el sentido de cada una de estas preguntas. Pero, además, no sería suficiente con que tú sólo pensaras, sino que habría muchos temas en los que tendrías que recurrir a preguntarles a otros y deberías revisar también por qué ahora tú piensas de esa manera en que lo haces. Para eso tú, y todos, tendríamos que ponernos a revisar cómo hemos pensado los hombres, qué sabemos ahora mejor que antes y qué ignoramos todavía.
Hay muchos motivos personales para hacer filosofía. Pues "Todos los seres humanos, por naturaleza, desean saber", decía el filósofo griego Aristóteles.
Las cosas por sencillas y obvias que parezcan merecen un análisis cuidadoso y reverente. No tiene que ocurrimos algo grave ni tenemos que asistir a un espectáculo asombroso para que se despierte nuestra admiración, para que surjan entre nosotros preguntas que nos dejen perplejos. Es evidente que somos seres curiosos y que en la actividad filosófica hay mucho de curiosidad.

La palabra filosofía, de origen griego, está compuesta de dos términos: filos, que significa amor, amistad, y Sofía que significa sabiduría. Es decir, filosofía se puede traducir como "amor por la sabiduría". Esto significa que la filosofía no es en sí misma la sabiduría, sino la acción de buscarla. Ser filósofo, según la idea griega, no es ser sabio, sino querer serlo, lo que puede ser aún mucho más sabio que creerse sabio.
La filosofía es esencialmente una actividad. Como tal requiere de tiempo para su ejercicio y sólo mediante su práctica continua podemos mejorar nuestro desempeño filosófico. Pero, ¿de qué clase de actividad hablamos? Podríamos dar varias respuestas, todas ellas correctas. Veamos algunas.
La filosofía es una actividad productiva. No sólo da lugar a escritos intelectualmente estimulantes, sino que también produce efectos positivos en nuestras formas de concebir y de vivir la vida; permite mejorar nuestra capacidad de pensar la realidad de un modo más profundo y ayuda a perfeccionar el manejo de nuestros conceptos.
La filosofía debe entenderse también como una actividad creadora. Así, si queremos aprender a filosofar es importante que seamos creativos y que estimulemos la imaginación.
La filosofía es una actividad práctica. Desde la antigüedad ha sido entendida como una forma de vida. En este sentido, filosofar es desarrollar, con ayuda del pensamiento, costumbres o hábitos que ayuden a los seres humanos a ser felices. A ser “sabios” en lugar de  “inteligentes”
La filosofía es una actividad teórica. Los filósofos no sólo se han puesto como meta lograr la felicidad, el bien o la belleza. También buscan la verdad. Por eso son muchos los caminos que los filósofos han seguido para alcanzarla.
Muchos filósofos han renunciado a privilegios y bienes por disfrutar del privilegio de dedicarse a pensar. La filosofía tiene la característica de ponerse por encima de los detalles y poder alcanzar una mirada general. El que filosofa contempla el universo y la vida con la misma fascinación con la que puede observarse la inmensidad del mar, una montaña distante o una ciudad desde las alturas. Elevarse por encima de los detalles para comprender mejor es adoptar una actitud teórica y contemplativa (Teoría es una palabra griega, que significa contemplación).
N.B. Si quiere profundizar un poco en esta cuestión por favor lea el texto de la fundación Gustavo Bueno “que es filosofía” el cual se halla en internet o en el DVD.

Hay tradiciones filosóficas que ven el origen de la filosofía en las situaciones de asombro que movieron al hombre desde siempre, es decir des que éste empezó a problematizar y a cuestionar su entorno de manera racional. 
Como sistema propiamente dicho, la filosofía surge más o menos a mediados del siglo VII a.C. en Grecia, India y Egipto época en que apareció la Escritura y con la escritura una nueva manera de “estar el hombre en el Mundo”
Algunas de las explicaciones que los primeros hombres dieron a los hechos extraños  y comunes, sobre todo con un tinte religioso (cosmogonías, teofanías, mitos) se fueron convirtiendo poco a poco en hechos racionales y cuestionables desde muchos puntos de vista. Dicho proceso se conoció con el nombre de desmitificación y su tarea principal consistió en conducir a la humanidad a buscar lo esencial, no ya en la causa externa a los fenómenos, sino en ellos mismos.
Pensadores de diversa índole fueron surgiendo en el mundo antiguo, sin embargo, se destacaron algunos que lograron impactar de manera extraordinaria en los demás como es el caso de Tales de Mileto (siglo VI a.C.),  a quien muchos consideran, el primer filósofo de la historia y uno de los siete sabios de la antigüedad.
El uso del término filosofía no se usó desde esta época (siglo VI a.C.),  sino sólo hasta el siglo IV a.C.,  algunas tradiciones sostienen que el primero en acuñar el termino de manera precisa fue Pitágoras, otras que fue Platón, quien obtuvo su inspiración de Sócrates, su maestro, y al parecer, también aprendió de él los aspectos fundamentales de la filosofía. Lo cierto es que desde esa época existe el término y existe una nueva manera de ver el mundo: la filosofía.

Anteriormente se había dicho que la filosofía se originaba cuando las preguntas fundamentales se tornaban ineludibles, esto es, cuando en lugar de soslayarlas perdiéndonos en las ocupaciones cotidianas, nos cuestionan en toda la magnitud de sus problemas.
De este modo, la filosofía supone siempre una disposición, un temple de ánimo peculiar en virtud del cual prestamos oídos y acogemos lo que nos interpela. Llega a filosofar quien se dispone y recibe las preguntas fundamentales como su más íntima pertenencia, y quien se confía desinteresadamente a la tarea de su resolución.
Esta disposición o temple de ánimo fundamental no es, sin embargo, el mismo en todos los filósofos ni en todas las épocas históricas. Cada época pareciera tener como centro de su que hacer un eje sobre el cual girar. Así por ejemplo, mientras Aristóteles y Fichte, sostiene que hay que hacer filosofía para huir de la ignorancia -"todos los hombres desean saber por naturaleza”- otros como Descartes, ven en la filosofía una oportunidad para empezar a poner en tela de juicio todo aquello que hasta ahora se consideraba como verdadero y crean sus propios métodos para ello. Y hay finalmente, quienes ven en la filosofía una herramienta de trabajo que ayuda a resolver problemas fundamentales del ser humano creando una escuela o un sistema filosófico  (muerte, existencia, angustia, etc.)
Las generaciones jóvenes tienen nuevas concepciones acerca de Dios, del mundo y del hombre y muchos de los que eran problemas en la antigüedad -o hasta hace unas décadas- ya no lo son. Sin embargo, y a pesar de que las nuevas cuestiones sean de carácter más universal (globalización, TIC, etc.), muchos de los problemas fundamentales siguen siendo los mismos (de donde surgió todo esto, como se ha llegado hasta aquí, quienes o que intervino para que llegara a ser lo que es hoy, etc.), por eso se hace filosofía.

Hay una razón por la que la filosofía resulta particularmente difícil: en ella se formulan preguntas inquietantes para las cuales no siempre hay respuestas definitivas. Por esto, la filosofía consiste básicamente en aprender a pensar y no en memorizar, ni repetir lo que otros han dicho. La consecuencia de esto es que al poner en obra la reflexión filosófica, nos arriesgamos a cuestionar incluso aquellas creencias y opiniones que consideramos más sólidas.
En síntesis, para algunos la filosofía parece difícil porque obliga a pensar de un modo poco frecuente, ofreciendo a veces más dudas que respuestas. Hacer filosofía, por tanto, implica someterse a la duda profunda reconociendo la propia ignorancia.
El filósofo británico Bertrand Russell decía que algunas ideas filosóficas pueden ser fáciles de enunciar, pero que es difícil llegar a ellas con seguridad y comprender plenamente lo que significan. Lo cierto es que no se puede entender una respuesta si antes no se ha comprendido bien la pregunta.
Para algunos, la filosofía parece difícil porque obliga a pensar de un modo poco frecuente, y genera a veces más dudas que respuestas.
Por ello, es perfectamente inútil estudiar el listado de puestas que ofrece la filosofía si antes no hemos meditado las preguntas que la motivan.
Otra notable razón de la dificultad de la filosofía se deriva de la peculiaridad de su lenguaje. La filosofía no se ocupa de objetos corrientes; de ahí que su lenguaje no sea el lenguaje común. Los conceptos filosóficos encierran su propia especificidad y su propio rigor, ambos necesarios para la exposición teórica de sus indagaciones. Al igual que las ciencias y los saberes particulares, la filosofía exige la apropiación de sus nociones y categorías, las cuales por lo general suponen un considerable grado de abstracción y de generalización.



No intento presentar aquí  un método para hacer filosofía porque sería absurdo, hay muchos métodos para ello, incluso, cada filósofo puede ingeniarse el suyo.  Lo que se pretende es que los estudiantes de grado decimo descubran algunas de las herramientas más básicas y elementales  en su introducción al pensamiento filosófico. Eh aquí algunas pautas que a mi modo de ver, pueden ayudar en este inicio.
Ciertamente que hasta ahora la filosofía es una de las áreas poco exploradas durante el curso del Bachillerato y por eso mismo causa curiosidad. Lo que se espera es que esa curiosidad vaya más allá eso.
No basta con que el estudiante se aprenda de memoria toda la historia de la filosofía, ni tampoco, con que aprenda cada uno de los gestos y movimientos de su maestro. Se trata de que el estudiante empiece a montar su propio esquema de pensamiento. Un esquema basado en los fundamentos teóricos y prácticos que derivan de las clases de filosofía.
El esquema lógico del estudiante tiene que empezar a cambiar o mejorar notablemente. Sus discursos, sus conversaciones, su manera de redactar un texto (escrito), su manera de expresarse y de enfrentarse a la vida y a los problemas tiene que ser distinta.
Ciertamente que hacer filosofía no es fácil…escasamente aprenderemos a filosofar. Muchas personas interesadas en aprender filosofía escogen ese tortuoso camino. Toman, por ejemplo, un libro muy importante como la Crítica de la razón pura, del filósofo alemán Immanuel Kant, y se lanzan en ella sin ningún tipo de preparación. El resultado es evidente. Tras un difícil y estorboso pataleo en las primeras páginas, se ahogan, es decir, desisten de la empresa y renuncian a la filosofía.
Los más reconocidos filósofos han sido y seguirán siendo siempre grandes nadadores en las aguas tormentosas del pensamiento. Ellos no empezaron desde cero, tenían maestros, leían a otros filósofos y, muy probablemente, comenzaron no en medio del océano, sino en un charquito. Sólo que no tenían pereza y su pasión por la verdad, el bien o la belleza, los arrastró siempre más allá de sus propios límites. No tenían miedo, eran arriesgados y valientes, pero alcanzaron grandes logros gracias a su disciplina, a la práctica y a una gran dosis de paciencia.
Deberíamos apoyarnos más en la frase del filósofo San Bernardo quien dice que para poder ver más lejos, debemos apoyarnos en los filósofos antiguos, como quien se para en los hombros de gigantes.
Veamos algunos de los pasos que la misma filosofía nos ha sugerido:

Los hombres se hacen libres cuando actúan de acuerdo con su propio criterio y son capaces de dar razón de sus decisiones. Sólo da razón de sus decisiones quien piensa por sí mismo. La lógica no te enseña a pensar, pues siempre has pensado; lo que hace es darte criterio para evaluar las razones con las cuales sostienes tus opiniones.
Pero para pensar mejor no basta con tener más técnicas, también depende de ciertas actitudes:
Comprender para criticar
Toda opinión provoca en nosotros una reacción emotiva. Nuestras emociones modifican nuestra comprensión de la realidad de tal modo que no toleramos escuchar lo que no queremos oír u oímos otra cosa distinta de la que nos han dicho. La primera y más importante actitud, indispensable para pensar mejor, es escuchar comprensivamente. Esto es, no sólo dejar que el otro hable pensando en lo que le vamos a contestar, sino realmente intentar discernir lo que tiene para decirnos y comprender por qué lo dice, tratando de reconocer las propias interferencias que le estamos haciendo al discurso desde nuestras predisposiciones emocionales. Lo deseable sería que antes de reaccionar frente a lo que otro ha dicho nos hiciéramos explícitamente la pregunta: ¿realmente le entendí?
Mantener una mente abierta
Sócrates. Una de las principales fortalezas de la actitud socrática y platónica fue la permanente actitud crítica frente al propio pensamiento.
La maraña de nuestros prejuicios es más compleja y antigua que nosotros mismos. Proviene de nuestra cultura y de nuestra educación que han refinado sus hábitos hasta hacerlos parecer algo natural. La filosofía está en guerra con tales prejuicios, ella señala lo que aún no se ha pensado dentro de lo que parece obvio. Por tal razón el pensamiento filosófico proviene del asombro, no del escándalo. Esto significa que una opinión extraña debe retarnos e invitarnos a tomarla en serio, tanto para afirmarla come para cuestionarla con buenas razones. No simplemente evadirla sin pensar seriamente en su sentido. Asumir lo obvio como natural e indiscutible es adormecer la actitud filosófica.
Autocríticar
El filósofo griego Sócrates pensaba que había que agradecer sinceramente a quien le señalaba los errores que tenía en sus creencias, pues esa persona lo había acercado a la verdad, o, al menos, lo había alejado un tanto de sentirse seguro de algo falso. La tendencia humana a disimularse los propios errores, o a justificarlos, es prácticamente universal. Quien persigue la verdad tiene que enfrentarse en una desigual batalla consigo mismo en contra de su tendencia a evitar confrontar rigurosamente sus tesis. Sin embargo, quien duda de sí mismo y de sus creencias es quien tiene motivos para seguir pensando y gracias a eso comprender más y mejor su propio pensamiento.
Saber cuáles son los enemigos del filosofar
La descripción de las actitudes propicias para la práctica de la filosofía nos permite señalar las actitudes que la perjudican seriamente: la sordera frente a lo ajeno; la actitud mental cerrada a examinar lo aparentemente evidente; la pereza para intentar comprender y para seguir pensando cuando se presentan dificultades que parecen irresolubles; obedecer al temor de ser criticado y corregido en la búsqueda de la verdad. Y también convertir las discusiones filosóficas en ocasiones para presumir de nuestra inteligencia dándole un tono pretencioso a nuestros ademanes y a nuestra manera de hablar.

Lo primero que hay que hacer es aprender en duda todo lo que hasta ahora sabemos y conocemos (lo que es para algunos filósofos poner entre paréntesis). La búsqueda de la certeza puede convertirnos en pensadores exigentes. La práctica de la filosofía implica una buena dosis de escepticismo. El que adopta una actitud escéptica (incrédula) es alguien que se mantiene despierto, examinando cuidadosamente el valor de cada pensamiento y argumento que se le ocurra o se le presente.
La duda es inseparable de la filosofía: el que filosofa no confía ciegamente en cualquier opinión y, sobre todo, duda de la propia.
La duda puede aumentar en intensidad y alcance, puede ser cada vez más radical. Si esto sucede, con cada nueva pregunta se ataca de manera más profunda la raíz de un asunto.
Aprender a dudar de lo más básico y obvio, hace parte del quehacer filosófico. Cuando ya dudamos incluso de nuestra propia existencia, llamamos a esta postura duda metafísica.
La duda, así no sea metódica, nos pone en actitud de aprender a “no tragar entero” y menos si se trata de algo que estimule las facultad racional e intelectual.
Recuerde que la Duda puede ser radical (Considerar como inaceptable lo que ofrezca la más mínima duda), o moderada (examinar continua y cuidadosamente cada paso de la reflexión) y que en el proceso de la duda, cualquier estudioso puede tener como punto de partida la Refutación socrática que consiste en poner a prueba una opinión preguntando si de ella se extraen conclusiones inaceptables.

De las dudas surgen las preguntas, pero ocurre que muchas de las preguntas que nos formulamos a diario no son filosóficas o no comprometen en nada al intelecto,  y a veces ni siquiera logran respuestas concretas que las respondan. Hay gente que pregunta por preguntar aunque las preguntas estén mal elaboradas o no conduzcan a ninguna respuesta.
La pregunta filosófica generalmente obtiene varias respuestas y de esas respuestas surgen nuevas preguntas - incluso más certeras, más profundas- que dan origen a nuevos temas de discusión. Una especie de árbol que poco a poco va mostrando la majestuosidad y la importancia de cada una de sus pates (tronco y ramas).
Hay preguntas filosóficas clásicas que pueden servir como modelo para aprender a preguntar. Por ejemplo:
Ø  ¿Qué es la justicia?
Ø  ¿Qué es la ciencia?
Ø  ¿Qué es la felicidad?
En todos estos ejemplos se pregunta por la definición de un concepto básico. Son preguntas que tienen la forma: "¿Qué es X?". Esta es una forma típica de preguntar de modo filosófico.
Cuando alguien pregunta por “alguna cosa”, lo habitualmente acostumbrado apunta a saber que es, como es, de que está hecha, cuál es su origen, cuál es su finalidad.
Este es el rol deberíamos  usar respecto a lo hablado o escrito, es decir deberíamos asumir una actitud más dinámica incluso con el  lenguaje. Preguntar por ejemplo: ¿qué dice, quién lo dice, por qué lo dice, para qué lo dice, cómo lo dice, qué quiso decir quien lo dijo, qué me dice a mí, qué nos dice a todos; lo que digo que dice será lo mismo que  quiso decir quien lo digo, en que estoy de acuerdo o en desacuerdo con lo que dice y por qué razones?.
No olivemos que una buena pregunta vale tanto como una buena respuesta.

Cuando se formula la pregunta, lo que normalmente queremos hacer es contestarla de inmediato. Esa tendencia es causa de muchos errores graves, pues muchas veces contestamos las preguntas que no son. Por esta razón es necesario analizar, en primer lugar, el sentido de las preguntas; esto es, comprender qué es lo que exactamente se está preguntan-do. Esto se aplica no sólo a la filosofía sino a todas las esferas de la vida. Por ejemplo, recuerda lo que sucede cuando te han dicho que debías hacer una lectura para la clase y tú llegas sin haberla hecho. El profesor dice: "¿Alguien tiene preguntas?". Tú te quedas mudo escondiéndote detrás de un compañero y evitando la mirada del profesor, y si alguien pregunta, tú tampoco entiendes la respuesta, porque te falta entender el sentido real del problema. Algo por el estilo pasa con las doctrinas filosóficas cuando no se ha comprendido a qué preguntas se está dando respuesta.
A veces también nos entreveramos en una larga discusión inacabable porque los participantes están contestando a preguntas diferentes. Un ejemplo típico es la discusión acerca de la existencia de Dios. En un caso como ese es necesario detenerse y preguntar: ¿ya tenemos claro qué es lo que estamos preguntando cuando preguntamos si Dios existe? Es necesario saber primero quién es aquel que llamamos Dios para preguntar después: ¿ese ser sobre el que todos estamos de acuerdo en que todos nosotros llamamos Dios, existe? Comprender mejor la pregunta no implica tener de una vez la respuesta, pero sí tener una guía para proceder en la investigación.
El análisis de las preguntas también sirve para descartar algunas preguntas que son muy problemáticas porque llevan consigo suposiciones que pueden ser falsas, y que, por eso mismo, desvían las respuestas por caminos errados. Por ejemplo, es problemático contestar la pregunta: ¿cuál es tu misión en la vida? Tal pregunta lleva la suposición de que tenemos una misión y, en consecuencia, es necesario contestar previamente: ¿qué significa tener una misión? ¿Qué nos hace creer que las personas pueden tener misiones en la vida?
Si la pregunta que se nos plantea contiene un término no definido previamente, hay que examinar su sentido de la misma forma que se hace en el caso de las opiniones. La pregunta por la definición, "Quién es X", es el tipo de pregunta ideal para iniciar una reflexión filosófica, ya que no suponen nada y obligan más bien a analizar y posteriormente evaluar las posibles respuestas.

¿Qué es un argumento o razonamiento?
Un argumento es un conjunto de frases en las que se afirma que una de ellas es verdadera debido a que las otras frases nos suministran evidencias suficientes para afirmarlo. La frase que es afirmada, en virtud de las otras, se llama conclusión, y las frases que aportan la información para afirmar que es verdadera la conclusión, se llaman premisas. A estas frases que tienen sentido y de las cuales puede decirse que son verdaderas o falsas, las llamaremos proposiciones.
Usamos argumentos cuando intentamos dar razones que justifiquen una afirmación, una opinión, una acción o una creencia. Como cuando, por ejemplo, intentas convencer a tus padres de que te dejen ir a una fiesta y les das razones para creer que ir allí puede ser provechoso; cuando un político enuncia los motivos para que alguien vote por él; cuando un científico señala hechos y teorías intentando mostrar que una afirmación es verdadera; y también, por supuesto, cuando tratas de persuadir a tu auditorio de una de tus opiniones filosóficas.
La lógica tiene que ver con los principios y métodos útiles para distinguir un argumento o razonamiento correcto de otro incorrecto. Por su parte, el argumento es un conjunto de frases en el cual se afirma que una de ellas es verdadera gracias a que las otras frases nos dan evidencia suficiente para afirmar la verdad de la frase en cuestión. Por ejemplo, El pasado ya no es, el futuro no ha sido, por tanto, sólo existe un permanente presente. Sabemos que la última frase es verdadera basados en la información que nos ofrecen las dos primeras frases. La frase que se enuncia, apoyada en la evidencia que proveen las otras, se llama conclusión. Las frases que aportan información para afirmar la conclusión se llaman premisas.
En los razonamientos usamos frases que tienen sentido y que pueden ser verdaderas o falsas. Éstas reciben el nombre de proposiciones. Tanto las premisas como las conclusiones de un razonamiento son proposiciones. No se usan órdenes o preguntas, pues aunque tienen sentido, no son verdaderas o falsas y, por tanto, no son proposiciones.

Argumentos deductivos. Son aquellos en los que las premisas ofrecen información que garantiza que la conclusión es verdadera. Por ejemplo, sabemos que es más importante ser un hombre justo que saludable. Entre ser saludable y ser rico es más importante ser saludable. Por lo tanto, tiene que ser más importante ser justo que ser un hombre rico. La oración que aparece después del por lo tanto, es la conclusión, y es un argumento deductivo, pues si son ciertas las dos primeras proposiciones, la tercera frase tiene que ser verdadera. Atención, no decimos que las dos primeras frases necesariamente son verdaderas, sino que si lo fueran, la tercera necesariamente debería serlo.
Argumentos inductivos. Se presentan cuando las premisas proveen información para afirmar la probabilidad de la verdad de la conclusión, pero no permiten garantizar que es verdadera. Un ejemplo sencillo: la mayoría de las mujeres del salón tienen el pelo largo, en consecuencia, es probable que la hermana de Pablo tenga el pelo largo. En este caso la premisa "la mayoría de las mujeres del salón tienen el pelo largo", en efecto aporta una información que nos induce a creer en que probablemente la conclusión sea verdadera, pero aun siendo cierta la premisa, la conclusión puede ser falsa, pues la hermana de Pablo puede usar el pelo corto. No sucede así en el ejemplo de argumentos deductivos en el cual, si suponemos que las premisas son verdaderas, estamos obligados a creer en que la conclusión también lo es.

El único indicio definitivo para reconocer un argumento en un texto es reconocer una conclusión, esto es, tomar conciencia acerca de que una frase se enuncia en virtud de la información que proveen otras frases presentes en el texto.
Hay otra forma más visible de reconocer un razonamiento, pero desafortunadamente no siempre aparece en los textos. Veámosla de todos modos:
Indicadores de premisa y conclusión
Frecuentemente la conclusión de un argumento va precedida de expresiones tales como: por lo tanto, en consecuencia, en conclusión, así, podemos afirmar que, etc. Estas expresiones indican que la frase que sigue a continuación depende de que las frases anteriores sean verdaderas. Tales expresiones reciben el nombre de indicadores de conclusión. En cambio, cuando nos piden que de entrada asumamos que una frase es verdadera, nos encontramos con expresiones como: ya que, pues, sí afirmamos que, teniendo en cuenta que, puesto que, etc. A tales expresiones las llamamos indicadores de premisa.
Tanto los indicadores de premisa como de conclusión nos pueden servir para identificar razonamientos, pero tienen el inconveniente de que, muchas veces, tenemos argumentos en los que no aparecen.
Todo código complejo de signos implica una estructura lógica. Esto es, unos principios para relacionar conceptos entre sí y extraer conclusiones con base en premisas.
En tales casos no queda más remedio que detenerse a pensar en el sentido de las afirmaciones que nos encontramos y considerar si hay alguna de ellas que se afirma como verdadera apoyados en la información que aportan otras frases.
Veamos un par de ejemplos:
Ejemplo 1
Si tenemos en cuenta que la materia se halla en constante transformación, y consideramos también que somos básicamente materia, podemos afirmar que estamos en constante transformación.
En este caso nos encontramos con un argumento que, por un lado, está ordenado, esto es, van, en primer lugar, dos premisas y después la conclusión. Por otro lado, cada una de las premisas cuenta con su respectivo indicador, así como la conclusión, que también tiene el suyo. De tal manera que si se nos pide señalar si allí hay o no un argumento, fácilmente podemos decir que sí, y además distinguir sus premisas de sus conclusiones.
Ejemplo 2
El año 2004 fue particularmente bueno para las economías latinoamericanas. Brasil, Argentina y México tuvieron un crecimiento de un dos por ciento por encima del promedio mundial. Colombia, Venezuela y Perú crecieron en un uno por ciento por encima. Solivia, Paraguay y Chile se mantuvieron dentro del promedio. El crecimiento de la economía norteamericana fue también significativo, sobre todo en el pía no agroindustrial y manufacturero.
En este ejemplo tenemos un grupo de frases, pero no tenemos ningún indicador de premisa o conclusión. ¿Podemos afirmar que no hay aquí un argumento? Eso sería apresurado y falso, pues la segunda, la tercera y la cuarta frases aportan información que hace creíble la primera. La primera, por tanto, es la conclusión, mientras que las frases dos, tres y cuatro son las premisas.
Pensemos ahora en la quinta frase: "El crecimiento de la economía norteamericana fue también significativo, sobre todo en el plano agroindustrial y manufacturero". ¿Nos da alguna información que afecte de algún modo nuestra creencia I en la verdad o falsedad de la primera frase? No, de hecho J no nos está hablando de lo mismo; no nos provee ninguna evidencia acerca del tema de la conclusión. La quinta I frase, por tanto, no hace parte del argumento.
Verdad y validez
Cuando las premisas de un argumento proveen información suficiente para garantizar la verdad de la conclusión, tenemos un argumento deductivo válido. Esto implica que si las premisas fueran verdaderas, la conclusión también debería serlo. Por ejemplo: todos los extraterrestres son seres amigables que usan abrigos multicolores y son adictos a la buena nicotina terrícola. Ingjt es un extraterrestre. En consecuencia, Ingjt usa un abrigo multicolor y es adicto a la nicotina terrícola. Tenemos aquí un argumento deductivo válido, pues si suponemos que las premisas son ciertas, la conclusión también debe serlo. Sin embargo, ¿es verdadera la conclusión? Todo depende de si el contenido semántico de las premisas es verdadero y eso no lo sabemos. Lo único que sabemos es que si lo fuera deberíamos afirmar la conclusión porque el argumento es válido. Sólo los argumentos son válidos o inválidos y sólo las proposiciones son verdaderas o falsas. No hay proposiciones válidas o argumentos falsos.
Por tanto, al evaluar un argumento, es necesario hacerse dos preguntas fundamentales:
Primera, ¿las premisas ofrecen información suficiente para afirmar la conclusión?;
segunda, ¿se puede cuestionar la verdad de las premisas?
Veamos el argumento: Todos los científicos naturales de I historia han tenido que estudiar matemáticas intensamente.
 En consecuencia, sin haber estudiado matemáticas es imposible investigar la naturaleza.
¿La primera frase ofrece información suficiente para garantizar que la segunda es verdadera? Ten cuidado, no ti estamos preguntando si estas frases son o no verdadera de hecho, o si tú opinas que son verdaderas. Lo que aquí queremos saber es: si fuera cierta la primera frase, ¿ten dría que ser necesariamente cierta la segunda, o falta información en la primera frase para afirmar que la segunda e: cierta? En efecto, falta información, pues, aun si fuera cierto que todos los científicos naturales han estudiado matemáticas, para establecer la conclusión sería necesario mostrar que sólo los científicos naturales pueden investí gar la naturaleza (y esto es falso; por ejemplo, cada niño investiga la naturaleza). Sería necesario que, además, tal investigación requiera de las matemáticas, pues podría suceder que, en efecto, los científicos naturales supieran matemáticas, pero no siempre tuvieran que utilizarla? para investigar la naturaleza.
La pregunta clave que debemos hacer en cada razonamiento para evaluar el soporte argumentativo es: ¿las premisas ofrecen información suficiente para garantizar que la conclusión es verdadera, o, aun si fueran ciertas las premisas, la conclusión podría ser falsa?
En los sistemas democráticos, el arma política fundamental es la persuasión. Sin embargo, valdría la pena evaluar la solidez de los argumentos que recibimos en las plazas públicas.

Cómo evitar trampas argumentativas

En muchas ocasiones parece que las premisas dan información adecuada para probar la conclusión A, pero en realidad tal información es adecuada para probar una conclusión B. Por ejemplo, si enumero las razones por las cuales robar es malo para probar que una persona robó. En tal caso, probar que es un acto moralmente incorrecto no da evidencia alguna acerca de quién lo ha hecho. Esto es una trampa argumentativa o falacia. En los casos que vamos a estudiar, la información de las premisas no es atinente para probar la conclusión, por eso los llamaremos falacias de atinencia.

Causa falsa
Las estadísticas señalan que los estudiantes que entrenan seriamente en un deporte de alta competición tienden a tener un rendimiento académico menor que los que no entrenan deporte alguno. Por tanto, es evidente que los deportes son una causa del bajo rendimiento académico.
Distingue la premisa de la conclusión de este argumento y responde esta pregunta: ¿consideras que la premisa ofrece información suficiente para afirmar la conclusión? Pareciera que sí en la medida en que se presentan simultáneamente dos fenómenos: el bajo rendimiento académico y el entrenamiento. Sin embargo, el hecho de que se presenten dos fenómenos en forma simultánea no es suficiente para afirmar que el uno necesariamente es causa del otro.
Supongamos que, por ejemplo, cuando te enojas le das un golpe a tu pupitre. ¿Podemos concluir de allí que la causa de tu furia es el golpe que le das a la mesa? Realmente no. En el caso del argumento sobre el deporte, tampoco. No tendríamos bases suficientes para decir que la causa es el entrenamiento en sí mismo. A esta falacia la llamamos de causa falsa en la medida en que atribuimos de manera apresurada la causa de un fenómeno a otro que ocurre con anterioridad o simultáneamente.
Generalización indebida
Se presenta cuando se establece una regla a partir de sus excepciones, o cuando se aplica la regla a sus excepciones. Por ejemplo, cuando se trata como delincuentes a todos los habitantes de un país o una cultura porque algunos de sus miembros han cometido delitos en el pasado.
Contra la persona o ad hominem
Debemos descartar esta teoría, pues es la misma que defendieron los nazis. No sabemos aquí qué es lo que sostiene la teoría en cuestión, pero sabemos que, independientemente de quién la haya defendido, la teoría en sí misma es verdadera o falsa, y aunque tenemos muy buenas razones para estar prevenidos en contra de los nazis, eso no es razón alguna para sostener que todo lo que ellos dijeron es necesariamente falso. Cuando se argumenta no en contra de la verdad o falsedad de una frase, sino en contra de quien la enuncia, se comete la falacia de argumentar contra el hombre. Habitualmente para hablar de esta falacia se usa su nombre en latín, argumento ad hominem, que significa contra el hombre, en vez de en contra de la verdad de la proposición.
Argumento de autoridad
Este tipo de argumento es el reverso del argumento ad hominem, pues consiste en validar una frase basándose exclusivamente en la autoridad de quien la dice: el universo tiene una primera causa, como claramente señalan Aristóteles y la Biblia...
Apelación a la ignorancia
Tú no me has podido probar que Dios no existe, por lo tanto, existe. En este caso se está asumiendo que la falta de prueba en contra de una proposición es prueba de su verdad, y esto es incorrecto; de hecho, el interlocutor podría decir: Tú tampoco me has probado que Dios existe, por lo tanto, no existe.
Sólo es legítimo este procedimiento cuando se trata de un crimen y se asume que las personas son inocentes hasta que no se demuestre lo contrario; pero esto se hace para evitar abusos de autoridad e injusticias, no porque la verdad respecto de la culpabilidad o no de una persona dependa de que se pueda probar.
Falsa pregunta
"Conteste sí o no: ¿usted se puso nervioso cuando hizo trampa en la evaluación?". Tanto si afirmas como si niega: estás aceptando implícitamente que hiciste trampa. Ésta es una falsa pregunta, pues lleva consigo una afirmación que compromete a quien la responda. Para precaverse contra estas preguntas es necesario disolverlas en la respuesta, por ejemplo: "A la pregunta, ¿hizo usted trampa?, la respuesta es negativa y, por tanto, no tiene sentido contestar si me puse o no nervioso haciendo lo que no hice".

La filosofía nos invita a detenernos en el sentido de las ideas, pues lo que interesa es que nosotros también las pensemos. No se trata únicamente de entender y conocer los enunciados, sino de entender plenamente el sentido de las ideas filosóficas gracias a ellos.
De este modo podemos sacarnos de la cabeza la idea de que para poder hacer algo de filosofía es necesario leer un enorme volumen de textos filosóficos. Lo que debemos hacer es leer críticamente la cantidad que leamos, sea poca o mucha.
Nuestra actitud con una lectura filosófica debe ser combativa, pues la idea es interrogar al texto, llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Metafóricamente, exprimirlo.
Decíamos anteriormente al hablar de que hay que aprender a leer e interpretar lo textos que leemos. Y aquí volvemos a retomar la idea: La filosofía no se lee como se lee cualquier otro tipo de textos. Ni siquiera como se lee la Biblia. Su lectura es exigente, por eso lo proponen quienes saben de filosofía es que una vez escogido el texto filosófico, se hagan sobre él tres lecturas. En la primera se lee el texto sin detenerse hasta el final, no se toman apuntes, no se repasan los párrafos difíciles, no buscamos las palabras desconocidas en el diccionario. Solamente se lee de corrido con la intención de enterarse de la idea general del texto, de los elementos que lo componen y de la conclusión o conclusiones a las que llega. Al terminar esta primera lectura se hace un pequeño resumen de lo que entendimos y hacemos un esquema provisional de la estructura del texto. En una segunda lectura será más fácil detenerse en las partes confusas, buscar las palabras clave que aún no conocemos o interpretar el sentido que se les da en el texto a las que ya conocemos, descubrir las partes y elementos principales del texto y, lo más importante de todo, elaborar las preguntas acerca de los aspectos confusos o criticables del texto. En la tercera lectura la idea es comenzar a responder las preguntas que nos hemos formulado en la segunda lectura.

Para llevar a cabo la tarea de comprender un texto no sólo hay que permitir que el texto nos cuestione, también hay que hacerle preguntas y ver si las responde. Hay que dialogar con el texto y ese diálogo es posible porque en cada lectura podemos encontrar algo nuevo.
¿Cuándo he comprendido?
La comprensión es una tarea abierta que nunca termina. Sobre todo con textos filosóficos. Sin embargo, lo que allí encontramos a menudo, es el recuento escrito que hace un pensador del proceso de reflexión que lo llevó a una conclusión, de la forma como trató una pregunta o de la serie de pensamientos que lo condujo a otra.
En este sentido, todo texto filosófico tiene partes, contiene argumentos y, por tanto, es posible analizarlo distinguiendo sus momentos más importantes, separando sus razonamientos y distinguiendo sus preguntas y tesis más importantes.
¿Qué es lo que el autor quiere probarnos? ¿Cuál es la pregunta que está tratando de resolver? ¿Cuál es el argumento? ¿Qué tesis está criticando? ¿Qué argumentos está examinando? Todas estas son las preguntas que debemos hacernos para comprender un texto filosófico.
Hay que tener en cuenta que en todo texto filosófico hay la exposición de un diálogo Implícito. Como filosofar es razonar o argumentar sobre problemas, y para argumentar hay que dialogar con tesis opuestas o alternativas, es inevitable que en la presentación de una reflexión se mencionen las posiciones adversas.
Una de las mayores dificultades en la comprensión de lectura es la confusión entre las ideas propias del autor y las que él mismo está cuestionando.
Ahora bien, no siempre lo que dice un filósofo es definitivo. Es natural que en un momento del texto lance una hipótesis que luego él mismo rechace. Pero esto es lógico ya que se trata de la narración de un razonamiento en proceso, de una reflexión en obra.
Claves para interpretar un texto
1. Analizar el texto a partir de las siguientes preguntas:
Ø  ¿Cuáles son sus partes?
Ø  ¿Qué es lo que el autor quiere probarnos?
Ø  ¿Cuál es la pregunta que está tratando de resolver?
Ø  ¿Cuál es el argumento?
Ø  ¿Qué tesis está criticando?
Ø  ¿Qué argumentos está examinando?
2. Distinguir etapas en la reflexión.
3. Hacerle preguntas al texto y ver si las responde.
4. Leer con mente abierta: permitir que el texto nos discuta.
5. Tomar conciencia de nuestros prejuicios y separar nuestras creencias previas de lo que el texto dice. (Santillana 1 pág. 34)

Para que nuestras reflexiones sean cuidadosas y bien hechas, es bueno disponer siempre de algún interlocutor que las cuestione. En este sentido, el diálogo filosófico, o diálogo argumentado, es uno de los mejores métodos para pensar con rigor.
El fin de un diálogo argumentado en filosofía es llegar a una verdad, llegar a un acuerdo sobre lo que se debe hacer, o aumentar la comprensión. Si sólo persigues la victoria o la fama en una discusión, no estás filosofando.
En los diálogos  no podemos ponernos en la tarea de tratar de contestar porque no estamos buscando cualquier respuesta, sino la más adecuada y mejor construida, y ésta es la que mejor se acerca a la verdad.
Necesitamos una garantía que nos permita estar seguros de que esa que escogimos es la verdadera y para eso requerimos buenas razones que nos mantengan en esa convicción.  Anteriormente dijimos que razonar es nuestra capacidad para comprender y evaluar razones y que cuando evaluamos una de nuestras creencias lo que hacemos es considerar los motivos por los cuales esa creencia es verdadera  o falsa. Argumentar es proveer información con base en cual es posible decidir acerca de la verdad o falsedad de una frase que afirma o niega algo. El proceso de filosofar pasa por esta fase de proponer argumentos, evaluarlos en contraste con la realidad, o con otros argumentos, y discutir criticar aquellos que defienden otras posiciones diferentes de la propia. Todo esto con el fin de examinar si en ellas se encuentra la verdad.
En muchas ocasiones el resultado de nuestro ejercicio puede ser un "no sé" plenamente consciente de las razones por las cuales no sabemos, y eso podemos considerarlo una ganancia. Sin embargo, el resultado de la investigación filosófica también puede consistir en adquirir una nueva comprensión acerca del sentido profundo de una de nuestras creencias.
Algunas reglas para dialogar argumentadamente.
1.   Principio cooperativo. Se debe participar en la conversación según el objetivo que corresponda y teniendo en cuenta el auditorio y las circunstancias. No es lo mismo una conversación en la cafetería con tus amigos que una defensa ante un tribunal o una exposición en una clase.
En este principio se involucran otros deberes:
†      No se deben usar premisas que los demás no admiten como si las admitieran.
†      Se debe poder definir los términos que se utilizan cuando el interlocutor lo demande.
†      No se debe dejar al otro con la palabra en la boca. Cada quien debe tener las mismas posibilidades de exponer sus argumentos. Recuerde que hay muchas formas de hacer callar al otro: gritar más duro, ridiculizarlo, irse, etc.
†      —Quien acusa es quien lleva la carga de la prueba y no debe endilgársela a quien defiende.

2.   Principio de la cantidad. Se debe dar la información para defender el punto de vista y no más que esa

3.   Principio de la cualidad. No se debe defender lo que se sabe falso, o aquello de lo cual no se tiene justificación alguna.

4.   Principio de pertinencia. Las intervenciones deben tratar aquello de lo que se habla y los cambios de tema deben darse por común acuerdo y no como una estrategia para obtener ventajas argumentativas.

La regla básica es, por lo tanto, dialogar con el propósito de lograr una meta común, valiosa en sí misma. Las demás son:
F Principio cooperativo. Coopere haciendo aportes que permitan lograr el objetivo común.
F Regla de cantidad. Diga sólo lo necesario. Y lo suficiente.
F Regla de cualidad. Sea honesto. Diga lo que crea que es verdad. Obvio: ¡Argumente bien!
F Regla de relevancia. No cambie el tema.
F Regla de modo. Sea claro, preciso y ordenado.
Por supuesto estas reglas suponen ciertas actitudes por parte de los interlocutores: mente abierta, sencillez y paciencia.
Algunos de los pasos para dialogar argumentadamente
1.   Estar dispuestos a cumplir con las reglas propias del dialogo y tener las actitudes necesarias para ello.
2.   Identificar acuerdos y  desacuerdos y actuar en consecuencia.
3.   Evaluar cada argumento aplicando:
a.   Analizando cuidadosamente la  validez de lo que se habla (ubicación del contexto)
b.   Analizando la intencionalidad con la que  se habla (Análisis del en sí de lo que se habla).
c.   Analizando la trascendencia de lo que se habla. (hasta dónde quiere llegar lo que se habla)


Además de dialogar filosóficamente también se puede discutir filosóficamente y sin necesidad de pelea.
Una discusión filosófica es un combate, pero no se trata de dominar al oponente, sino de ir hasta las últimas consecuencias del pensamiento propio y del ajeno. Quien debe ganar no es uno de los dos, sino ambos, en la medida en que gane la verdad. Naturalmente, uno intenta persuadir al otro de la posición propia. Sin embargo, la mayor virtud de quien discute filosóficamente es escuchar. Quien puede poner sus propios prejuicios en cuestión gracias a los argumentos de otro es quien más gana en la discusión, pues es a partir de allí que su pensamiento se despierta. Esto no significa asumir que los demás siempre tienen razón, se trata de creer que tal vez podrían tenerla, y también de entender por qué piensan de la manera en que lo hacen.
Muchos juzgan negativamente las discusiones filosóficas por el hecho de “ser interminables”. Eso es verdad. Pero eso es inevitable, y en realidad muy bueno, pues lo que esto enseña es que los caminos que puede tomar el pensamiento humano son también infinitos y que en él siempre existe la posibilidad de la autenticidad. Se debe comprender, sin embargo, que en las discusiones filosóficas está en juego el tema, no las personas que discuten.


Uno de los problemas que más preocupa hoy es que mucha gente no lee y si no lee tampoco escribe o escribe demasiado poco. 
No es difícil descubrir la pobreza en el vocabulario que sustenta  conversaciones o escritos de nuestra época –sobre todo en edades escolares- y por eso les invitamos a poner en práctica este segundo método: el ensayo.
 El ensayo es un escrito en el que se defiende con argumentos una opinión personal acerca de un tema. Muchos dicen que no se puede evaluar una opinión, pues cada quien tiene derecho a tener la suya. Eso es cierto, pero eso no implica que las opiniones no puedan ser verdaderas o falsas, o que no se puedan evaluar con ese criterio. Si alguien opina que la tierra es plana, tiene una opinión equivocada, pues lo que dice es falso. Así, en un ensayo no se trata de decir sencillamente: “Éste es mi parecer sobre el tema. Es mi opinión y nadie puede contradecirme. Adiós”.
No, en el ensayo se trata de entrar en el juego de argumentar y de confrontar los argumentos propios frente a los argumentos de otros, filósofos o no filósofos, en busca de la verdad. De otro modo nos desviaremos del camino.
Pasos del ensayo
   Se hace por escrito y dirigiéndose a un auditorio universal. Es decir, en primer lugar se plantea una pregunta que consideramos importante y desafiante.
   Se hace un análisis del sentido de la cuestión. Dicho análisis permite plantear la orientación de los conceptos que se están trabajando en la pregunta, así como el orden de las cuestiones que han de contestarse para poder responder a la pregunta principal.
La historia de la cultura occidental puede verse como una gran discusión en la cual cada hombre desea interpelar a los demás. La biblioteca puede verse como el foro en el cual logramos entrar en contacto con esa discusión.
   Se señala la opinión, que es la respuesta a la pregunta tema del ensayo, y los argumentos por los cuales se cree que esa es la respuesta y no otra.
   Se hace una serie de críticas, las más fuertes que encontremos, en contra de la tesis personal, y se enuncian los argumentos que defienden esas críticas.
   Por último, se muestra por qué la tesis aún es digna de ser defendida, refutando las críticas, o se suspende el juicio. Si no hay cómo defenderse de ellas, se cambia de opinión o se suspende el juicio.
Los ensayos filosóficos no necesariamente traen todos estos elementos. Pueden empezar por las críticas y terminar en su propia tesis, o pueden comenzar-por la pregunta y terminar con las críticas. Lo importante es asumir el rigor de una discusión filosófica comprometida con la verdad a partir de un problema auténtico.


El valor de la filosofía debe ser buscado en una larga medida en su real incertidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz, de filosofía, vapor la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la, cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio, los objetos familiares no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario, que aún los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar. (Bertrand Russell, Los problemas de la filosofía.) Cfr. Santillana 1 Pág. 19

Filosofía no es una teoría, sino una actividad. Una obra filosófica que consiste esencialmente en elucidaciones. El resultado de la filosofía no son "proposiciones filosóficas", sino el esclarecimiento de las proposiciones. La filosofía debe esclarecer y delimitar con precisión los pensamientos que de otro modo serían, por así decirlo, opacos y confusos. (Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus) Cfr. Santillana 1  Pág. 28

"La filosofía tiene como fin la clasificación lógica de los pensamientos.
La filosofía no es un cuerpo de doctrina, sino una actividad. Una obra filosófica consta esencialmente de aclaraciones.
La filosofía no tiene como resultado 'proposiciones filosóficas', sino, mejor, la clasificación de las proposiciones.
Sin la filosofía los pensamientos son, como si dijéramos, nebulosas y desdibujados: la tarea de la filosofía consiste en clarificarlos y delimitarlos con precisión". Nuevos juegos de lenguaje nacen y otros envejecen y se olvidan. Wittgenstein. (Pasaje tomado del libro Tractatus Logicus Philosophicus, de Ludwig Wittgenstein).
Una de las razones de más peso para dedicarse al estudio de la filosofía es su capacidad para ocuparse de cuestiones fundamentales que afectan el sentido de la existencia. Todos nos planteamos alguna vez problemas filosóficos fundamentales. ¿Qué hacemos en este mundo? ¿Hay pruebas de la existencia de Dios? ¿Tiene alguna finalidad la vida humana? ¿En qué se distinguen el bien y el mal? ¿Se puede justificar la trasgresión de las leyes? ¿Es la vida algo más que un sueño? [...]
La mayor parte de los estudiosos de la filosofía están convencidos de que el examen de esos problemas nos concierne a todos, y algunos llegan incluso a decir que una vida que no se examina no merece la pena. Llevar una existencia rutinaria, en la que ni siquiera se analizan los principios que la sostienen, sería algo así como conducir un coche que nunca ha estado en un taller.
Justificamos nuestra confianza en los frenos, el motor y la dirección en el hecho de que hasta ahora han funcionado bien, y, sin embargo, podemos estar completamente equivocados, porque los frenos podrían fallarnos en el momento en que más los necesitamos. De igual modo, esos principios que sustentan nuestra vida, y que parecen estar seguros, pueden no serlo tanto examinados de cerca. Aun en el caso de que no albergáramos la menor duda sobre los conceptos que sostienen nuestra vida, acabaríamos empobreciéndola a fuerza de no hacer uso de la capacidad de pensar. Muchos hallarán demasiado duro o demasiado perturbador formularse esas preguntas fundamentales, y se encontrarán felices y a gusto con sus prejuicios, pero otros sentirán un fuerte impulso que los obligará a plantearse varias preguntas inquietantes de carácter filosófico. (Nigel Warburton, Filosofía básica: cfr. Santillana 1pág.16

He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias. […]
Ahora bien, para cumplir tal designio, no me será necesario probar que son todas falsas, lo que acaso no conseguiría nunca; sino que, por cuanto la razón me persuade desde el principio para que no dé más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a las manifiestamente falsas, me bastará para rechazarlas todas con encontrar en cada una el más pequeño motivo de duda. Y para eso tampoco hará falta que examine todas y cada una en particular, pues sería un trabajo infinito; sino que, por cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente consigo la de todo el edificio, me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en que se apoyaban todas mis opiniones antiguas. Rene Descartes, Meditaciones metafísicas. Cfr. Santillana 1 Pág. 24
[...] en lugar del gran número de preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una vez siquiera: Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no hubiese ninguna ocasión deponerlo en duda. El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas panes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución. El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, basta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente. Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada. (Rene Descartes). Cfr. Santillana 1 Pág. 29

Hay una especie de escepticismo que precede a todo estudio y filosofía, muy inculcada por Descartes y por otros, como lo que mejor previene en contra del error y del juicio precipitado. Recomiendan una duda universal, no sólo acerca de nuestras antiguas opiniones y prejuicios, sino también acerca de nuestras propias facultades, de cuya veracidad, dicen, debemos asegurarnos mediante una cadena de razonamientos deducida de algún principio original al que no pueda atribuirse falsedado engaño. No obstante, tampoco existe un principio original que tenga prioridad sobre otros que sean en sí mismos evidentes y convincentes; o bien, de haberlo, no podríamos avanzar un solo paso más allá de él sin recurrir a aquellas mismas facultades de las que presuntamente desconfiamos. Por consiguiente, la duda cartesiana, de ser alguna vez alcanzada por una criatura humana (como evidentemente no lo es), sería por completo incurable; ningún razonamiento podría conducirnos a un estado de certeza y convicción respecto de cualquier asunto.
Debemos confesar, sin embargo, que esta especie de escepticismo, cuando es más moderada, puede ser comprendida de manera muy razonable y constituye una preparación necesaria para el estudio de la filosofía, en cuanto preserva nuestros juicios y aleja a la mente de todos aquellos prejuicios de los que podemos estar imbuidos por la educación o por opiniones precipitadas. Comenzar con principios claros y en sí mismos evidentes, avanzar con pasos temerosos y seguros, revisar a menudo nuestras conclusiones y examinar con precisión todas sus consecuencias, son los únicos métodos a través de los cuales podemos esperar alcanzar algún día la verdad y obtener una estabilidad y certeza apropiadas en nuestras determinaciones, aun cuando por tales medios hagamos progresos a la vez lentos y limitados en nuestros sistemas. (David Hume, Investigación sobre el entendimiento humano, Sección XII).  Cfr. Santillana 1 Pág. 25

"...sin la comprensión de la pregunta, el significado de la respuesta se nos pierde. En la Guía del viajero de la Galaxia, las personas del Planeta X están cansadas de inquietarse por las preguntas fundamentales acerca de la vida. Ellos quieren continuar con su vida cotidiana sin molestias.
Para responder las preguntas metafísicas de una vez por todas, deciden construir una gran computadora llamada Pensamiento Profundo. Ella les dará las respuestas a las preguntas fundamentales: ¿cuál es el propósito de todo?; ¿cuál es el significado de la vida? La computadora les informa que se tomará diez mil años para trabajar las respuestas. 'No importa', contestan, 'por lo menos tendremos la respuesta en diez milanos'.
Diez mil años después llega el gran día. Pensamiento Profundo revelará el secreto, la respuesta al misterio de la vida. La muchedumbre se reúne fuera del albergue del palacio, donde estala computadora; todos esperan. El Jefe de Estado sube basta Pensamiento Profundo: '¿Tiene la respuesta?', pregunta. Oh sí, la tengo', contesta la gran máquina. '¿Cuál es, entonces?', replica el Jefe, expectante. 'Oh, lo siento, no puedo decírselo'. '¿Qué? ¿Por qué no puede decírmelo?', pregunta nervioso el Jefe. 'Porque a usted no le gustaría la respuesta', afirma la computadora. 'Eso no importa. Sólo deme la respuesta; es su deber, para eso la construimos', exclama el Jefe. (...)
'Bien', dice la computadora en tono renuente. 'La respuesta a su pregunta es 42'. '¿Qué?', chilla el jefe, '¡42!, pero, ¿cómo es posible?'
Y ahora viene el postre, la moraleja de esta historia: la computadora dice, sabiamente: 'El problema es que, en primer lugar, usted nunca entendió la pregunta, y así no puede esperar comprender la respuesta'". Garret Thomson, Introducción a la práctica de la filosofía.  Cfr. Santillana 1 Pág. 21

Si queremos saber qué significa interpretar, partamos de una base. Interpretar es producir el código que el texto impone y no creer que tenemos de antemano con el texto un código común ni buscarlo en un maestro. Ahí, es que todavía no tengo elementos, dicen los estudiantes; el estudiante se puede caracterizar como la personificación de una demanda pasiva: "explíqueme", "deme elementos", "¿cuáles son lo prerrequisitos para esta materia?", "¿cuántos años hay que hacer para empezar a leer el Quijote?". No hay que hacer ningún curso, hay que aprender a pensar. No podemos leer a Marx con la disculpa de que realmente me faltan elementos, sería mejor haber conocido a Hegel, entonces vamos con Hegel pero Hegel está discutiendo a Kant, y entonces comience con Tales de Mileto y cuando tenga ochenta años llegará a Sócrates, si le va bien. Lo que le falta no son elementos, lo que le falta es interpretación, posición activa, discusión con el texto. Pero el estudiante tiene una posición pasiva, deme elementos, métodos, pero, ¿cuál es el método? El método es pensar, es interpretar, criticar. (Estanislao Zuleta (Adaptación). Cfr. Santillana 1 Pág. 35.

Algunas personas piensan que argumentar es, simplemente, exponer sus prejuicios bajo una nueva forma. Por ello, muchas personas también piensan que los argumentos son desagradables e inútiles...Esto es algo muy común. Pero no representa lo que realmente son los argumentos.
Dar un argumento significa ofrecer un conjunto de razones o de pruebas en apoyo de una conclusión. Un argumento no es simplemente la afirmación de ciertas opiniones, ni se trata simplemente de una disputa. Los argumentos son intentos de apoyar ciertas opiniones con razones. En este sentido, los argumentos no son inútiles, son, en efecto, esenciales. (Anthony Weston, Las claves de la argumentación). Cfr. Santillana 1 Pág. 30

"La naturaleza misma de la deliberación y de la argumentación se opone a la necesidad y a la evidencia, pues uno no delibera allí donde la solución es necesaria, ni argumenta contra la evidencia. El dominio de la argumentación es el de lo verosímil, de lo plausible, de lo probable, en la medida en que este último escapa a las certezas del cálculo. [...] La idea de la evidencia como lo que caracteriza la razón es justo lo que es preciso atacar si se quiere dar lugar a la argumentación, la cual admite el uso de la razón para dirigir nuestra acción y para influir sobre la de otros. [...] La argumentación no puede desarrollarse si se la concibe como una reducción a la evidencia. Su objeto es la aplicación de las técnicas discursivas que permitan provocar o acrecentar la adhesión de los espíritus a las tesis que uno presenta a su asentimiento”. Chaim Perelman, Tratado de la argumentación). Cfr. Santillana 1 Pág. 32

Pero es útil la retórica por ser por naturaleza más fuerte la verdad y la justicia que sus contrarios, de manera que si los juicios no son conforme a lo que debe ser, es preciso quesean vencidos por tales contrarios y estopor cierto es digno de reprensión. Y también ante ciertos auditorios ni aun cuando tuviéramos la ciencia más exacta sería fácil que los persuadiéramos con ella, pues el discurso según la ciencia es cosa de enseñanza, y ello en ese caso es imposible, sino que es preciso que los argumentos y los razonamientos se hagan mediante nociones comunes. (...)
Además es preciso ser capaz de persuadir los contrarios, lo mismo que en los silogismos,  no para hacer una y otra cosa, pues no se debe persuadir lo malo, sino para que no nos pase desapercibido cómo es, y para cuando otros usen las mismas razones injustamente, podamos deshacerlas.
(. . .) No es que sean iguales los objetos contrarios de que se trata, sino que siempre lo verdadero y lo bueno son naturalmente de razonamiento mejor tramado y más persuasivo. (Aristóteles, Retórica) cfr. Santillana 2 Pág. 39







Pasaje tomado del libro VII de La República de Platón.

FRAGMENTO 1(Platón)
Y a continuación –seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabique parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
-Ya lo veo -dijo.
- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
-¡Qué extraña escena describes –dijo- y qué extraños prisioneros!
FRAGMENTO 2 (Sócrates)
-      Iguales que nosotros –dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
-      ¿Cómo –dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
-      ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo? —¿Qué otra cosa van a ver?
-      Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
-      Forzosamente.
-      ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa que la sombra que veían pasar? -No, ¡por Zeus! —dijo.
-Entonces no hay duda -dije yo- de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
-Es enteramente forzoso -dijo.
-Examina, pues –dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
—Mucho más —dijo.

FRAGMENTO3 (Sócrates)
-Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquel nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Hornero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
- Eso es lo que creo yo –dijo- : que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
-Ahora fíjate en esto – dije- : si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
—Ciertamente —dijo.
—Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad —y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse—, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?
—Claro que sí —dijo.
FRAGMENTO 4 (Sócrates)
—Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Claucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de este, si las comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de esta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
—También yo estoy de acuerde —dijo—, en el grado en que puede estarlo.
FRAGMENTO 5 (Platón)
¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior morada y de la ciencia que allí se tiene y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
Efectivamente.
Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquel nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Hornero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable? [...]
Ahora fíjate en esto, dije. Si este hombre volviera a bajar, para ocupar de nuevo su mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
Ciertamente, dijo.
Y si tuviese que competir de nuevo con los que se habían quedado encadenados constantemente, opinando sobre las sombras que él ve con dificultad por no haber aún reacomodado sus ojos y no haber tenido el tiempo suficiente para hacerlo, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar un ascenso similar? Y a quien intentara desatarlos y hacerles subir a lo alto, ¡no lo matarían si encontraran la manera de echarle mano y darle muerte?
Adaptación de la traducción del griego de José Manuel Pobón y Manuel Fernández Galiano


FRAGMENTO 1
En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente era para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto -pero como he dicho, no protestéis, atenienses-, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano suyo, puesto que él ha muerto. Pensad por qué digo estas cosas; voy a mostraros de dónde ha salido esta falsa opinión sobre mí. Así pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así: "¿Qué dice realmente el dios y qué indica el enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito". Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes, me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: "Éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo". Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que i hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes.
Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. [...]
FRAGMENTO 2
Después de esto, iba ya uno tras otro, sintiéndome disgustado y temiendo que me ganaba enemistades, pero, sin embargo, me parecía necesario dar la mayor importancia al dios. Debía yo, en efecto, encaminarme, indagando qué quería decir el oráculo, hacia todos los que parecieran saber algo. Y, por el perro, atenienses -pues es preciso decir la verdad ante vosotros-, que tuve la siguiente impresión. Me pareció que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios; en cambio, otros que parecían inferiores estaban mejor dotados para el buen juicio. Sin duda, es necesario que os haga ver mi camino errante, como condenado a ciertos trabajos, a fin de que el oráculo fuera irrefutable para mí. En efecto, tras los políticos me encaminé hacia los poetas, los de tragedias, los de ditirambos y los demás, en la idea de que allí me encontraría manifiestamente más ignorante que aquéllos. Así pues, tomando los poemas suyos que me parecían mejor realizados, les iba preguntando qué querían decir, para, al mismo tiempo, aprender yo también algo de ellos. Pues bien, me resisto por vergüenza a deciros la verdad, atenienses. Sin embargo, hay que decirla. Por así decir, casi todos los presentes podían hablar mejor que ellos sobre los poemas que ellos habían compuesto. Así pues, también respecto a los poetas me di cuenta, en poco tiempo, de que no hacían por sabiduría lo que hacían, sino por ciertas dotes naturales y en estado de inspiración como los adivinos y los que recitan los oráculos. En efecto, también éstos dicen muchas cosas hermosas, pero no saben nada de lo que dicen. Una inspiración semejante me pareció a mí que experimentaban también los poetas, y al mismo tiempo me di cuenta de que ellos, a causa de la poesía, creían también ser sabios respecto a las demás cosas sobre las que no lo eran. Así pues, me alejé también de allí creyendo que les superaba en lo mismo que a los políticos.
FRAGMENTO 3
En último lugar, me encaminé hacia los artesanos. Era consciente de que yo, por así decirlo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos. Y en esto no me equivoqué, pues sabían cosas que yo no sabía y, en ello, eran más sabios que yo. Pero, atenienses, me pareció a mí que también los buenos artesanos incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría. De modo que me preguntaba yo mismo, en nombre del oráculo, si preferiría estar así, como estoy, no siendo sabio en la sabiduría de aquellos ni ignorante en su ignorancia o tener estas dos cosas que ellos tienen. Así pues, me contesté a mí mismo y al oráculo que era ventajoso para mí estar como estoy.
FRAGMENTO 4
A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades, muy duras y pesadas, de tal modo que de ellas han surgido muchas tergiversaciones y el renombre éste de que soy sabio. En efecto, en cada ocasión los presentes creen que yo soy sabio respecto a aquello que refuto a otro. Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que éste habla de Sócrates -se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo-, como si dijera: "Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría". Así pues, incluso ahora, voy de un lado a otro investigando y averiguando en el sentido del dios, si creo que alguno de los ciudadanos o de los forasteros es sabio. Y cuando me parece que no lo es, prestando mi auxilio al dios, le demuestro que no es sabio. Por esa ocupación no he tenido tiempo de realizar ningún asunto de la ciudad digno de citar ni tampoco mío particular, sino que me encuentro en gran pobreza a causa del servicio del dios.
FRAGMENTO 5
Se añade, a esto, que los jóvenes, que me acompañan espontáneamente —los que disponen de más tiempo, los hijos de los más ricos— se divierten oyéndome examinar a los hombres y, con frecuencia, me imitan e intentan examinar a otros, y, naturalmente, encuentran, creo yo, gran cantidad de hombres que creen saber algo pero que saben poco o nada. En consecuencia, los examinados por ellos se irritan conmigo, y no consigo mismos, y dicen que un tal Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes. Cuando alguien les pregunta qué hace y qué enseña, no pueden decir nada, lo ignoran; pero, para no dar la impresión de que están confusos, dicen lo que es usual contra todos los que filosofan, es decir: "las cosas del cielo y lo que está bajo la tierra", "no creer en los dioses" y "hacer más fuerte el argumento más débil".
Pues creo que no desearían decir la verdad, a saber, que resulta evidente que están simulando saber sin saber nada. Y como son, pienso yo, susceptibles y vehementes y numerosos, y como, además, hablan de mí apasionada y persuasivamente, os han llenado los oídos calumniándome violentamente desde hace mucho tiempo. Como consecuencia de esto me han acusado Meleto, Ánito y Licón; Meleto, irritado en nombre de los poetas; Anito, en el de los demiurgos y de los políticos, y Licón, en el de los oradores. De manera que, como decía yo al principio, me causaría extrañeza que yo fuera capaz de arrancar de vosotros, en tan escaso tiempo, esta falsa imagen que ha tomado tanto cuerpo. Ahí tenéis, atenienses, la verdad y os estoy hablando sin ocultar nada, ni grande ni pequeño, y sin tomar precauciones en lo que digo. Sin embargo, sé casi con certeza que con estas palabras me consigo enemistades, lo cual es también una prueba de que digo la verdad, y que es ésta la mala fama mía y que éstas son sus causas. Si investigáis esto ahora o en otra ocasión, confirmaréis que es así.

1.   ¿De acuerdo con lo que usted ha escuchado y leído, ¿cuál cree que es la diferencia esencial entre el pensamiento mítico y el pensamiento filosófico?
2.   De las siguientes definiciones sobre la filosofía, colca entre el paréntesis: E, si la considera errónea. A, si la considera acertada. S, si la considera superficial. C, si la considera compleja.
La filosofía es:
Ø     Una cosa extraña que vuelve atea a la gente. (   )
Ø     Un modo de vida. (   )
Ø     Una actitud. (   )
Ø     Una manera de responder a preguntas fundamentales. (   )
Ø     Algo incomprensible. (   )
Ø     Una actividad aburrida. (   )
Ø     Una ciencia peligrosa. (   )
Ø     Una actividad para locos. (   )
Justifique el motivo de sus respuestas.
3.   Elija la definición que considere correcta para los siguientes términos filosóficos.
Antinomia:
a)   Enunciado que induce a error.
b)   Contradicción entre dos términos o principios.
c)   Demostración lógica de una proposición.
Apodíctico:
a)   Que no puede ser conocido.
b)   Incierto, aparente, falaz.
c)   Seguro, cierto, verdadero.
Aporía:
a)   Dificultad lógica imposible de solucionar.
b)   Interpretación ordinaria de un fenómeno.
c)   Estudio de lo suprasensible.
Dialéctica:
a)   Conocimiento.
b)   Arte del diálogo y la confrontación.
c)   Expresión de doble significación.

4.   Lea el texto de Descartes y realice una síntesis de las ideas fundamentales.

5.   Busque en un diccionario de filosofía las definiciones de: Verdad, certeza, evidencia, verosimilitud, probable, plausible.

6.   Lea la Apología de Sócrates y coloque su análisis por escrito.

7.   Invente y dibuje tres imágenes simbólicas que representen las posiciones que adopta el estudiante frente a la lectura (Actitud pasiva, Posición activa, Interpretación crítica).



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